Por: Chef Oswaldo Abuchaibe
Las muchas referencias disponibles a través de la web, dan cuenta de infinitos comentarios que pudieran justificar el invento temprano del hojaldre, entre los griegos y los árabes, quienes preparaban una pasta con características hojaldradas utilizando aceite. De esta parte del mundo, en cuya frontera está Bizancio en pleno esplendor los cruzados la introdujeron en Europa, específicamente a través de Austria y Francia.
Pero… ¡Bendito “pero”, Dios mío!, resulta que hay otra “historia verdadera”, paralela a la anterior, que da cuenta de un célebre pintor del Renacimiento, y que tiene características de novela policial, de un thriller, pues.
Este artista, llamado Claude Gellée, nació en medio de la más absoluta pobreza, en Cháteu de Chamague, en Lorraine, Francia en 1600 y murió en Roma, en 1682, siendo conocido siempre como “El Lorraine”. Desde muy jovencito, su padre, lo coloca en la pastelería del lugar, en donde de vez en cuando recibía algún cocotazo por estar soñando y dibujando paisajes sobre la masa, en lugar de trabajarla como se le había ordenado. Cuenta su biógrafo que un día, estando su padre muy enfermo, el aprendiz realizó una bola de masa, la rellenó con mantequilla haciendo luego dobleces con el rodillo antes de hornearlo. Su padre lo elogió y lo comentó con el dueño del local quien le permitió hacer algunas pruebas sugiriéndole no usar levadura, para mejorar el resultado.
La historia no termina aquí, sino que más bien empieza el thriller, ya que el chamo Claude, manteniendo en el más absoluto secreto la forma de hacer la ya mejorada masa, es invitado por su compañero panadero Luigi Mosca a mudarse a una panadería que posee su hermano Ángelo, en la ciudad de Florencia (la ciudad de oro del renacimiento), Claude acepta, y trabaja escondido, a puerta cerrada, pero Luigi logra descubrir su secreto y entonces él y su hermano lo secuestran, le roban la autoría y lo dejan inconsciente medio muerto, cerca de la ciudad, donde es recogido por un hombre que resulta ser un reconocido pintor, que se convierte en benefactor del desdichado Claude.
Con el tiempo, El Lorain, ya apartado de los hornos, se convierte en un artista de primerísimo orden, siendo el mayor exponente del “paisajismo clásico”, al punto de que sus obras se exhiben hoy día en El Louvre en París, El Royal Musseum de Londres, El Prado de Madrid e incluso el gran Auguste Rodín creó una estatua de él. Al cabo de los años, Claude Gellée, ya con fama como pintor y con una muy buena posición, regresa a Florencia dispuesto a la venganza, pero se encuentra con que los Mosca habían muerto carbonizados al incendiarse su negocio.
¿Casualidad? ¿Destino? ¿Justicia Divina? Bueno, a éstas alturas ¡qué más da!
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